martes, 11 de diciembre de 2012

LA INESPERADA RESURRECCIÓN DE ROMEO



Emilio Paniagua era un reputado actor de teatro clásico en tiempos en los que es difícil vivir del teatro clásico y más aún llegar a tener algún tipo de reputación. Sin embargo él se sentía muy comprometido con su vocación y siempre que tenía una oportunidad se embarcaba en la representación de alguna de sus obras predilectas. Por eso, cuando hace seis meses le llamó su agente para ofrecerle una gira por todo el país representando Romeo y Julieta, no se lo pensó.
Seis meses ya siendo Romeo seis de cada siete noches, en ocasiones dos veces en una jornada, tal vez sean demasiado para alguien con un temperamento excesivamente tendente a la empatía, como era su caso. Se había enamorado para posteriormente morir sin lograr culminar su amor más de 160 veces en el último medio año, y eso le ponía en una situación emocional francamente inestable. Se preguntaba a menudo de qué le servía formar parte de una profesión tan bonita como la de contador de historias (que así se consideraba) si no podía cambiar nunca los hechos trágicos por otros más amables. ¿Acaso los amantes no merecían un final feliz por una vez?
En ese estado de ánimo se encontraba cuando comenzó la representación en el último teatro de provincias que tenían contratado antes de ir a la capital. Al igual que en las últimas ocasiones salía al escenario pensando: “esta noche lo haré, de hoy no pasa”. Pero sabía que probablemente esta vez tampoco se atrevería.
Todo iba bien, como siempre. Tenían muy trabajada la obra y no parecía probable que se presentase ningún problema. Pensó que si lograba tomar el veneno tras ver a su amada muerta, habría pasado finalmente el peligro de que arruinase la función, y así lo hizo. Después de todo era un profesional. Así, tras la intervención de Fray Lorenzo, oyó a Julieta decir “Vete, vete, porque yo no me quiero ir. ¿Qué hay? ¿Una copa apretada en la mano de mi fiel amor? Ya veo; el veneno ha sido su fin prematuro: ¡ah cruel! ¡Lo has bebido todo, sin dejarme una gota propicia que me sirviera después! Besaré tus labios: quizá quede en ellos un poco de veneno, para hacer morir con un cordial”, y notó sus labios sobre los propios, y no pudo refrenarse más. ¡Tus labios están calientes” dijo ella, y él comenzó a ponerse en pié. Le sonrió y comenzó a explicarle que no había muerto, que el veneno había fallado o que tal vez su beso le había devuelto la vida.
La cara de Julieta era de espanto, como el murmullo que venía de la platea, pero hizo un verdadero alarde de reflejos y le dijo “¡oh cruel espectro!, osáis atormentarme ante el cuerpo yacente de mi amado, ¿acaso no es ya suficiente mi dolor?”, y cogiendo el puñal, se dio muerte: “Esta es tu vaina: enmohécete aquí, y hazme morir”. Entró el guardia con el paje de Paris y la obra continuó hasta el final sin más sobresaltos.
Romeo estaba anonadado, después de todo no había logrado modificar su trágico sino y además le había parecido detectar un cierto malestar en sus compañeros de reparto. Nadie parecía comprender la nobleza de sus intenciones. Estaba muy confuso y su confusión no decreció cuando, ya en el papel de Emilio, recibió la noticia de su despido. ¿Acaso era pedir tanto tener un final feliz sólo por una vez? ¿Tan difícil de comprender era que la tristeza en la que le sumía cada noche la desgracia de Romeo se le hacía insoportable?
Esa misma noche volvió a su casa y unos días después llamó a su representante para comunicarle que se retiraba de la profesión. Éste trató de convencerle para que no lo hiciese. Le dijo que en unos meses se olvidaría o se convertiría en una anécdota divertida, que después de todo las cosas que pasan en los teatros de provincias no trascienden, que por eso se empieza siempre por ellos y que la representación había continuado con el sustituto con considerable éxito. Pero su decisión era firme y el argumento de la escasa importancia del incidente no podía ser más desafortunado. En el fondo no se retiraba como consecuencia de su actuación, sino que le resultaba inasumible darse cuenta de que mientras que a él se le hacía insoportable la desgracia de Romeo, a éste le resultaba completamente indiferente la de Emilio. Los personajes son todos unos ingratos, no merece la pena consagrarles la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario